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domingo, 6 de diciembre de 2009

Elementos. La Dama del Dragón. Capítulo I: La Gran Pérdida.

Pasaron dos meses desde aquel suceso y la fortuna, poco a poco, nos empezó a sonreír. Acabé por fin mis clases de magia y obtuve la licencia de hechicera. Mi hermana Leonor, por su parte, consiguió un trabajo a jornada completa en la taberna del pueblo de don Francisco. Gracias al trabajo, el tabernero le daba una muy buena suma de dinero a Leonor; además de eso, le sumaba un poco más el jornal cuando ella echaba a patadas a los viajeros groseros y borrachos que osaban sobarla. Mi hermana mayor, a pesar de ser delgada, tenía una fuerza sobrehumana y repartía a tortazo limpio a los truhanes y los expulsaba cogiéndoles del pescuezo y lanzándolos como si fueran simples piedrecitas, quedándose con las monedas que ellos soltaban de sus bolsas de cuero: monedas de oro (áureos), de plata (denarios, quinarios y sextercios) y de bronce (ases). Mi hermana, después de la jornada en la taberna, me explicaba a diario lo que ocurrió y lo que hacía.

Todo aquello que nos ocurría estuvo bien, hasta una oscura noche de enero, cayendo un sábado por la noche.

En Carvilius suele hacerse una cena semanal en torno a una gran hoguera en la que se cocinaba jabalí, ternera y demás delicias. Alrededor de la medianoche, la fiesta continuó con música y danzas alrededor de la hoguera. Yo era la única que estaba apartada de la gente porque no me apetecía mucho bailar y por eso me levanté de mi sitio y me fui a casa. Algo extraño notaba en aquella bella noche con una luna llena que iluminaba la tierra con una suave luz clara; debía sentirme feliz, pero sabiendo que mis padres murieron no era fácil. Bajé mi vista del cielo estrellado y me percaté de repente de algo inesperado. A lo lejos, podía ver unas luces de antorchas que procedían del bosque, al mismo tiempo que sentía el galope de caballos y a una jauría de perros hambrientos acercándose hacia aquí. Los centinelas, al ver también aquello, dieron la voz de alarma chillando a los cuatro vientos y haciendo sonar la campana de emergencia.

-¡Alerta general! ¡Se acercan unos bandidos hacia aquí! ¡Poneos a cubierto!

¡Bandidos! No... Ahora no... Cuando unos bandidos saquean una ciudad, no dejan rastro alguno; suelen matar a los hombres y convierten en esclavas alas mujeres (o las violan directamente, dándoles igual si son niñas o ancianas). Si estuviera papá aún con vida podría encargarse de los bandidos y aniquilarlos, como solía hacer. Ahora el pueblo, sin él, era verdaderamente vulnerable.

La gente, al oír la voz de alarma, empezaron a escandalizarse y a huir despavoridos hacia sus casas, escondiendo a los niños en lugares seguros y armándose los mayores para lo que podría avecinarse. Porras, guadañas, espadas cortas, arcos y flechas, horcas, cuchillos, picos y palas eran las únicas armas que podían maniobrar los pueblerinos. Muchos de ellos se les podía notar la angustia, el miedo y la preocupación, tanto en sus ojos como en su cuerpo, por más que quisieran disimularlo.

Al llegar a casa, Leonor me estaba esperando en el salón con un pasadizo secreto que había en el suelo del comedor. Mi hermana iba con el uniforme de combate que suelen llevar las guerreras del ejército de la Familia Real, de colores pardos, para facilitar el camuflarse con el entorno y atacar con mayor agilidad, y una espada de combate.

-¡Date prisa, Lina! -exclamó- ¡Entra en el pasadizo!

-No, Leonor... -le contesté- ¡Quiero quedarme a tu lado y luchar con los demás!

Mi hermana me cogió con fuerza del brazo derecho y me regañó:

-¡No puedes quedarte a luchar, Lina! ¡Eres aún demasiado joven como para poder atacar a un enemigo! ¿Qué sería de ti si te capturarán?

¡Me da lo mismo, hermana! -le contesté- ¡Nuestra vida es un asco desde que papá murió!

Pero ella, sin pensárselo dos veces, me dio una bofetada en toda la mejilla izquierda. Leonor no paraba de soltar lágrimas después de pegarme y me regañó de nuevo:

-¿Cómo te atreves a decir semejantes sandeces, Lina? ¡No es propio en ti que digas tales cosas! ¡Deberías comportarte como nos enseñaron papá y mamá: ser valientes y seguir adelante!

-Leonor... Lo siento...

-Es igual, hermanita. -Ella apoyó sus manos sobre mis hombros y continuó- Compréndelo, Lina: no puedes quedarte a luchar, porque aún no tienes nivel suficiente como para poder atacar a un rival por muchos conjuros que el profesor Esculapio te haya enseñado. Debes irte por este pasadizo y salir del pueblo para estar a salvo de esos bandidos.

-Pero, ¿y qué será de ti?

-Tranquila, hermanita, todo saldrá bien...

Entonces, me dio la mochila de piel de dragón y las espadas de papá como regalo de despedida.

-Cuídate mucho, Lina, y ve con cuidado.

-Con el escudo o encima de él, Leonor. -le contesté.

Nos dimos un abrazo como despedida y marchó donde los demás pueblerinos para luchar contra los bandidos. Mientras ella luchaba espada en mano contra los bandidos que empezaron a saquear el pueblo, huí por el conducto que mencionó Leonor para ponerme a salvo. Usé una antorcha como medio para guiarme por la galería y tras un largo trecho, por fin pude encontrar la salida, pero lo peor se me encontró de cara. Al salir del agujero que estaba al lado de la fortaleza de piedra, uno de los hombres me pilló desprevenida y me agarró de la camisa con fuerza, alzándome como si fuera un saco de cebollas.

El tipo que me cogió era barbudo y musculoso y medía lo menos tres metros. Lo más curioso de aquel tipo era que llevaba puesto un traje militar de color verde oscuro con la efigie del león bordada en su uniforme. ¡Era el uniforme del ejército de la Familia Real! ¿Cómo es posible que el ejército del rey estuviese atacando y saqueando el pueblo? ¡Es imposible que esto estuviese ocurriendo de verdad! El hombre se rió y dijo:

-Vaya, vaya, vaya... Mira por dónde que conseguir una muy buena pieza...

-¡Suéltame de inmediato, mastodonte! -exclamé mientras pataleaba contodas mis fuerzas contra su tórax.

-De eso nada... ¡Tú venir con nosotros!

No tuve más elección que sacar mi daga e intentar hacerle un corte. En efecto, le marqué una cicatriz en su ojo izquierdo y del dolor causado me soltó de inmediato y así pude escapar. El hombre, cabreado por lo que le hice, mandó a sus mejores hombres a que me persiguieran y me mataran, sin dejar ni rastro. Me adentré en el bosque, con tan mala fortuna que los soldados me rodearon, sin escapatoria alguna.

-¡No tienes escapatoria, niñata! -exclamó uno de los soldados- ¡Será mejor que te rindas sin oponer resistencia y te entregues por las buenas! ¡De lo contrario, te mataremos obligadamente!

¿Qué podía hacer? No se me ocurría nada para poder huir sin que ellos me vieran, pero entonces me acordé de un conjuro que el profesor me enseñó. Disimuladamente, alcé mis manos hacia mi frente, cerré los ojos y les dije que me rendía. Ellos se confiaron y envainaron sus armas y se me acercaron para intentar quitarme mis utensilios, pero pasé a la acción al instante cuando abrí los ojos y chillé en voz alta:

-¡¿HAZ DE LUZ?!

Aquel descuido por parte de los soldados hizo que les cegara con una luz que surgió de mi cuerpo. Cayeron al suelo desconsolados chillando a los cuatro vientos que no podían ver nada.

-¡Así aprenderéis a no interponerse en el camino de una dama!

Aproveché la ocasión para reanudar la huida para así despistarlos y salir del oscuro bosque.

Me apresuré todo lo que pude para buscar un buen escondite, pero era imposible ya que la luz de luna la empezaban a tapar las nubes y lo peor era que, al enterarse los demás soldados que maté a los suyos, soltaron a los perros de presa bicéfalos. Estaba absolutamente perdida.

-¿Qué hago, qué hago? ¿Y ahora hacia dónde voy? -me dije a mí misma- A este paso si no me doy prisa en conseguir un buen escondite, esos perros me comerán...

Rogué al buen Dios que me ayudara en este problema que empezaba a tener. Aun así, los bicéfalos cánidos se estaban acercando cada vez más, pues podía oír con atención sus ladridos. Al salir del bosque, tropecé y caí contra el suelo, con tan mala fortuna que no me podía mover porque me hice daño en el tobillo derecho y para colmo los perros se estaban acercando cada vez más y más. Intenté curarme el esguince con un conjuro de recuperación, pero recordé en ese instante que los conjuros de curación tardaban bastante en curar una simple herida. Vi que los cánidos salieron e iban hacia mi posición para atacarme. Cerré los ojos en ese instante porque me daba miedo que me imaginara a los perros desgarrar mi ropa y me comieran las carnes.

Pero algo no funcionaba bien en aquel instante, y ello me alegró.

Los perros bicéfalos, al acercarse hacia donde yo estaba, no me atacaron; es más, era como si hubieran perdido mi rastro y, para colmo, no me veían para nada. ¿Cómo era posible? Entonces un grupo de soldados que iban a caballo y a unicornio se detuvieron hacia donde estaban los perros y yo. A ellos también les extrañó que los perros se detuvieran donde yo estaba, pero tampoco ellos me podían ver. Uno de los soldados dio media vuelta y fue hacia donde estaba su supuesto jefe, que era el tiparraco grandullón que me pilló saliendo de mi guarida y al que le hice la herida en su cara.

-Capitán, malas noticias... -dijo el soldado- Esa mocosa ha huido sin dejar rastro alguno...

El jefe, que iba montado en un unicornio marrón, se acarició las barbas mientras decía:

-Es imposible que alguien como esa niña podido huir de nuestros perros bicéfalos... Seguro que haber usado algún conjuro para poder volar...

-No lo creo, Atila, mi señor... -contestó un segundo soldado- Si ella hubiese huido por el aire se podría ver un destello mágico como el de una estrella fugaz y lo veríamos sin más; se lo puedo asegurar, pues soy mago.

-En ese caso, si ella escapar de nosotros, no creo que ella sobrevivir esta noche -dijo el jefe- Los lobos áureos de esta región se encargarán del resto...

-¡Eh, Licaón! -exclamó un soldado a otro- ¡Llama a los perros! ¡Nos largamos!

Dicho y hecho, recogieron a los perros y se marcharon.

Después de haberme curado el esguince, pude levantarme y me alegré de que aquellos tipos no me cogieran; de haber sido así, a este paso me habrían vendido como esclava o me hubiesen aniquilado por haber huido. Pero interiormente me preguntaba cómo fue que no me vieran si estaba allí presente y visible. De repente oí una voz grave que provenía de la colina cercana al pueblo que me dijo:

-He sido yo quien te ha ayudado a que esos tipos no te cogieran, pequeña Lina.

De la colina surgió un aura platina y empezó a tomar forma. Para mi sorpresa, el aura empezó a tener forma de animal híbrido: empezó formando un cuerpo gigantesco en forma de ‘S’, le brotaron alas de su espalda y unas garras afiladas. ¡Era un dragón!

-¡Dios bendito! -exclamé- ¡Por favor, no me comas!

-Tranquilízate, jovencita, pues no tengo intención alguna de hacerte ningún mal- dijo el dragón que tomó de nuevo la palabra- Mi nombre es Picacho y fui el guardián de Carvilius desde hace generaciones.

-Nunca pensé que existieras... -le dije sorprendida.

-Ya lo ves... Seguro que estás al corriente sobre cómo soy...

Mi padre me comentó una fábula sobre aquel dragón legendario, y es que este dragón colosal de piel escamosa de color tierra, alas de murciélago y cuernos de ciervo era el guardián del pueblo que Dios puso a cuidado. Pero nunca pensé que Picacho fuera tan grande. Pero la curiosidad mató al gato y quise preguntarle.

-Picacho, gran dragón protector de Carvilius, dime la razón del por qué no ayudaste a tu pueblo en esta ocasión, puesto que una banda de criminales han asaltado nuestro querido Carvilius y no han dejado rastro alguno de supervivientes o se han llevado a las mujeres y los niños como esclavos.

El dragón agachó su cabeza hacia mi posición para poder mirarme más de cerca. Su aliento olía a hierba fresca y a pino; siempre creí que los dragones olían a azufre, pero no era su caso por lo que veía.

-Pequeña Lina Díaz Mas, debes saber que aquellos delincuentes que se hacían pasar por soldados del reino me drogaron cuando estaba comiendo un rico cesto de manzanas que ellos decían que era un regalo del rey. Yo me lo comí con sumo gusto, y al cabo de los segundos caí rendido al suelo. Ya cuando me levanté, apenas veía cómo Carvilius fue saqueada por aquellos impostores a causa del potente somnífero; un somnífero capaz de dejar fuera de combate a tres Titanes. Por desgracia no pude ir a salvar a los pueblerinos, pero sé que muchos de ellos están a salvo y a buen recaudo.

-Impostores... -le contesté- Bandidos disfrazados... Deben de ser sicarios, no me cabe duda...

-Es posible, Lina. Si te fijaste correctamente, el grupo de soldados que atacaron el pueblo no eran de estas nuestras tierras.

-¿Qué quieres decir? -le pregunté algo confusa.

-Supuestamente, aquellos soldados son personajes venidos de tierras lejanas; son mercenarios contratados por alguien que está dentro de la Familia Real, por lo que a mí me parece...

-¡Ahora caigo! ¡Por eso noté algo raro en sus voces! -exclamé y en voz baja dije- Lo que no sé es de dónde pueden venir, puesto que Germanos no son...

-Yo tampoco sabría decírtelo con seguridad, Lina... -dijo Picacho- pero sí sé que tienes una misión en esta vida y es la de ir a descubrir al topo en la Familia Real.

-Es lo que debo hacer, Picacho. Además, quiero averiguar quién mató a mi padre y poder vengarme. Voy bien equipada para las ocasiones...

-Haces bien, Lina -me dio la razón Picacho- Es curioso que me hagas recordar a tus padres: Ruy Díaz “el Estratega” y Jimena Mas “la Celeste”. Ellos venían a visitarme cuando requerían de mi sabiduría y eran muy buenos amigos y vecinos. Es verte a los ojos y me haces recordarles. Siento mucho que fallecieran...

-Agradezco mucho tu pésame, Picacho. Ahora debo partir...

-No deberías irte ahora, con este tiempo y encima de noche... -me interrumpió el dragón- Puedes quedarte en mi cueva y así podrás descansar y, al día siguiente, marchar hacia tu destino.

-Tienes razón. Me quedaré.

-Antes de que se me olvide, ten esto, Lina.

Acercó su garra derecha hacia mí y me entregó unos valiosos regalos: un mochila de piel de dragón, una capa y traje de combate de dragón y un huevo de dragón. La mochila de dragón tiene la capacidad de poder almacenar grandes cantidades de objetos, daba igual de tamaño pues era mágico. La capa y el traje de combate son unos buenos complementos para la lucha, ya que como la armadura, servía para proteger al que lo lleva, saliendo completamente ileso y sin ningún rasguño. Lo que no entendía era por qué me daba un huevo de dragón si no tenía hambre.

-No es para comer, pequeña -me dijo- En este huevo está mi futuro hijo, el cual quiero que cuides como si fuera un niño humano y él, a la vez, te protegerá. Yo estoy muy viejo y dentro de poco tiempo me llegará la hora y quiero que cuando se convierta en un dragón adulto custodie el pueblo de Carvilius, como yo lo hice.

-Así será, gran dragón. Puedes confiar en mí.

-Ahora, entra a la cueva y descansa, pues mañana será una larga y dura jornada.

Así hice. Al entrar a la cueva, me di cuenta de que estaba completamente lleno de monedas de oro, plata y bronce y demás tesoros robados a ladrones. Con su cola me señaló a un lecho blando y me acurrucó con un manto de piel de bisonte. Aquella noche pude descansar tranquilamente, pero aun en sueños el mal acechaba siempre.

Soñaba con aquellos guardias que saqueaban el pueblo y que mi hermana estaba luchando junto a los pueblerinos para poder sobrevivir y aniquilar a los invasores. Pero desgraciadamente, los soldados la derrotaron con juegos sucios tirándole arena a la cara. Le quitaron las armas y la armadura, le pusieron unos grilletes con cadenas y la metieron en una jaula de hierro con las demás mujeres y niños. En el sueño oí a uno de los soldados decir: “Bien hecho, muchachos. Será un buen regalo para Su Majestad. ¡Larguémonos!”. El carro se puso en marcha y se alejó del pueblo. Leonor se agarró a las barras de la jaula mientras chillaba mi nombre: “¡¿LINAAAAAAAAAAAAAAA?!

¡Menuda pesadilla! Hay personas que dicen que un sueño es el recuerdo de una vida y que nos lo hace recordar o bien dicen que nos muestra algo que nos puede ocurrir en un futuro lejano o bien cercano.

Aquella pesadilla me hizo levantar del lecho y veía por primera vez en la vida cómo amanecía; era como si la diosa Aurora tocara el cielo con sus rosados dedos mientras que el dios Apolo daba los últimos toques a su carro ígneo. Picacho salió de su escondite y miró al horizonte, al igual que yo. Su mirada estaba llena de dolor y de confusión.

-¿Ocurre algo, Picacho? -le pregunté.

-Me llegó la hora, Lina, y debo partir hacia el Paraíso en forma de alma. Espero, pequeña Lina, que cumplas con tu misión y que el destino te favorezca en tu aventura.

-Así será, gran dragón.

-Al igual que a tus padres, tú también tienes un título y serás bien reconocida por todo el planeta. A tu padre le llamaron “el Estratega” por sus grandes cálculos en las guerras; a tu madre, que luchó junto a tu padre en los campos de batalla la llamaron “la Celeste”, por sus conjuros de aura azulada. Son títulos que yo les puse cuando nacieron. A mí acudieron cuando naciste y te lo puse ya hace tiempo... Serás conocida como “la Dama del Dragón”.

-¡Me encanta! Gracias, Picacho. -le dije mientras le abrazaba una de sus garras.

-Ahora debo marchar... Te veré muy pronto en el Paraíso, pequeña Dama del Dragón...

-Buena suerte, Picacho, y gracias por todo.

-Con el escudo o encima de él, Lina -me dijo como despedida mientras me sonreía.

Al empezar a salir los primeros rayos solares, empezaban a bañar el cuerpo escamoso del gran dragón. Su piel empezaba a convertirse en duro granito, poco a poco, hasta convertirse en una escultura de granito.

-Te prometo, amigo mío, que cuidaré de tu futuro hijo y cumpliré con mi misión -le dije cuando acabó la transformación.

Volví a la cueva. Me puse el traje y la capa que me regaló, metí el huevo en la mochila y me puse las espadas en el cinturón. Me armé de valor y marché de la colina. Lo peor, al salir de allí, fue cruzar el pueblo arrasado y consumido por el fuego y la violencia. Ver los centenares de cuerpos calcinados me revolvieron las tripas. Me imaginaba cómo sufrieron todos los hombres y mujeres que sacrificaron su vida para salvar Carvilius en vano. Pensaba, además, que es posible que mi hermana Leonor haya sobrevivido a la batalla y que la habrán raptado los bandidos disfrazados de soldados, pues encontré su espada en el suelo, completamente rota por el filo.

Aún daba vueltas a mi cabeza con el asunto de este destino que me ha tocado. ¿Qué me puede deparar el futuro? ¿Conoceré a gente que se alíe conmigo? ¿Podré derrotar a los villanos que vayan apareciendo en mi camino y ser más fuerte? Habían muchas preguntas que no sabría con claridad si tendrán alguna respuesta, pero estaba claro que mi primer destino era llegar a la ciudad de Madroña y poder cumplir con lo prometido a Picacho.


Aquí empezaba mi aventura.

ELEMENTOS. La Dama del Dragón. Prólogo.

Nubes negras se levantaban en torno al cementerio del pueblo de Carvilius mientras que el sol empezaba a ponerse. El cielo se tornaba de un tono anaranjado haciéndose reflejar cálidamente en las nubes. Podría sonreír como solía hacer cuando lo veía como muchas veces que pensaba que los dioses parecían verdaderos artistas del cielo; pero en esta ocasión no podía ser, ya que la tristeza carcomía nuestras mentes con una triste presencia: en el funeral de mi padre.

Mi padre se llamaba Ruy Díaz y le conocían como “el Estratega”, era capitán del ejército al servicio de Su Majestad el rey Ricardo I y era uno de los mejores estrategas del reino, pues gracias a sus planes los soldados ponían su alma en juego en el campo de batalla consiguiendo grandes victorias; mas en este caso, en esta última batalla contra los Galos fue demoledora y hubo en el bando aliado muchas pérdidas, incluyendo la muerte de mi progenitor en pleno combate, aunque hayamos ganado la guerra. Cuando el mensajero real nos trajo la mala noticia, mi hermana mayor Leonor y yo creíamos que lo que decía la carta era una patraña, pero al final abrimos los ojos cuando dos militares bien uniformados trajeron consigo sus utensilios de batalla: sus dos espadas (una con la heráldica de la Familia Real y la otra con la nuestra), su mochila hecha con piel de dragón, una pulsera de madera con nuestros nombres y un colgante con nuestro retrato familiar. Aquellos dos últimos objetos siempre los portaba como amuletos de la fortuna para lo que podía avecinarse y para recordar que nunca estaba solo en el campo de batalla. Siempre me acordaba que él siempre nos traía muchos regalos después de regresar de alguna guerra y le recibíamos siempre con los brazos abiertos, pues era un buen padre de familia y un buen marido, aunque mamá murió hace años de una enfermedad incurable cuando yo cumplí los ocho años. Lo mejor de todo era que podíamos ir a las fiestas que se celebraban en el Palacio Real en Madroña y conocer a la Familia Real en persona. El príncipe heredero Costantino Augusto era conocido en el reino por su bondad con la plebe y con su séquito, ya que los trataba como si fueran de su misma sangre, igual que su padre. Hace poco tiempo, nos llegó la noticia de que el rey Ricardo I se iba a casar con una bella mujer de Germania, la infanta Isabel de Habsburgo, y acudimos los tres a la ceremonia que se celebraba en Madroña. La ahora reina de Hispania tenía una hija de la misma edad que mi hermana y el príncipe: se llamaba Esmeralda y era una princesa bellísima, tímida, callada y gentil, al contrario que su madre que era charlatana, abierta y, sinceramente, algo grosera con la gente de su alrededor, tanto con sus sirvientes como con los nobles e invitados a la fiesta.

De entre tantos recuerdos que me nublaban la mente por recordar a mi padre, me era imposible seguir las palabras del sacerdote del pueblo que leía en voz alta los pasajes de la Biblia en latín y decía cosas agradables sobre mi padre: un hombre religioso, honrado y valiente. Lo único que oí del sacerdote don Héctor fue la reverencia mientras que esparcía por el ataúd de mi padre gotas de agua bendita. Entre el agua bendita y las primeras gotas de lluvia que empezaban a caer del cielo, parecía como si el mismo Señor celestial llorara por haber perdido a un amigo o a un familiar, y se podía reflejar en la figura del Cristo crucificado que tenía incrustada en el ataúd. Al mismo tiempo, mis lágrimas se entremezclaban con las gotas de lluvia. Después, dos forzudos descendieron poco a poco el ataúd con dos sogas al agujero excavado en la tierra, depositándolo suavemente en el fondo del agujero. Nosotras nos acercamos al hoyo; no nos salían las palabras y lo único que hicimos fue depositar un ramo de flores en la tumba y, acto seguido un poco de tierra seca a la tumba. La gente del pueblo, poco a poco, se iban del cementerio preguntándose los unos a los otros qué sería de nosotras, ahora que papá ya no estaba entre nosotras. La única alternativa que nos quedaba era la de seguir adelante, pues nuestros padres nos enseñaron bien las artes mágicas y las artes con las armas; no nos quedaba más remedio que, además de seguir cursando las clases de magia en el colegio del pueblo, buscar trabajo para ganarnos el salario para conseguir alimentos y ropa nueva.

El rey en persona estuvo también en el funeral y nos acompañó hasta la salida del camposanto. Se dio la vuelta y nos dijo:

-Sentimos mucho vuestra pérdida, pequeñas. Sabed que si necesitáis ayuda siempre seréis recibida en palacio.

Se lo agradecimos de todo corazón y acto seguido subió a su carruaje tirado por unicornios blancos y negros. Costantino y Esmeralda, antes de subir al carruaje, nos dijeron que "el pasado no nos carcomiera y que siguiéramos adelante". La única que no nos dijo nada fue la reina Isabel, que nos miró con una mirada penetrante pero que, a la vez, no reflejaba nada. El cochero puso en marcha el carruaje y desaparecieron entre la densa neblina que empezaba a surgir con la intensa lluvia.

Los ánimos de la gente del pueblo y de la Familia Real no nos llenaban mucho nuestros tristes corazones. Por el caminode vuelta a casa, todavía pensaba en aquel instante en que la reina nos miró de aquella manera y me preguntaba el por qué de aquella mirada. ¿Qué ocultaba? ¿Quería demostrarnos su desprecio hacia nosotras, como lo hace con los demás? Eran demasiadas las preguntas que pasaban por mi mente que ya no sabía qué pensar...


Nota: Este es el prólogo de mi supuesta novela que deseo con ansiedad publicar en cuanto la tenga acabada. Si tenéis alguna duda, ruego o pregunta sobre la novela, por favor, no dudéis en escribirme y yo os contestaré con gusto.
Un saludo a todos/as.